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martes, 12 de mayo de 2015

Sentidas palabras (De la Torre de la Iglesia a la Chimenea de la Alcoholera)

Altiva y delgada te vi nacer. Esbelta, de exquisita construcción. Compañera y amiga desde entonces a través del tiempo.

Aunque fuiste creada para una labor totalmente distinta a la mía, tu también, de algún modo, contribuiste a elevar el espíritu de los que te conocieron.

Me acompañaste en los días soleados y luminosos, en los tormentosos y nublados,   en las primaveras caprichosas, en los dorados otoños.

Juntas las dos, desde la lejanía, dábamos la bienvenida como buenas  anfitrionas, a todos los que se acercaban al pueblo que nos vio nacer.

Compartimos secretos desde las alturas. Servimos de morada a las viajeras cigüeñas y a las juguetonas golondrinas. Te vi en tu plenitud soltando nubes de humo que a mi se me antojaban  mensajes de enamorada.

Rosada y azul radiante en los amaneceres, resplandecías allá en el horizonte. Tornabas amarillenta y de oro en lo alto del mediodía,  tiñéndote de un rojo apasionado en el malva y anaranjado de los atardeceres, para después dormir lenta y pausadamente arropada por el manto sereno de las estrellas.

Hoy dirijo mi mirada hacia tu lugar y no te encuentro. Sé que ya no estás.

Leo en los pensamientos de los que te conocieron. Aún te aprecian cuando en sus viajes encuentran chimeneas que les recuerdan a ti. Emergen elegantes, desde distintas poblaciones, como seña de diferentes fábricas que para conocimiento de nuevas generaciones han sabido conservar.

A mi me causa una profunda tristeza que, aquí en nuestro pueblo, no quede vestigio alguno de ti. Tan solo quedas en el recuerdo de los que te conocieron. También en fotografías  en las que algunos villarrubieros supieron inmortalizarte, con el afán de dar a conocer las obras del pasado para que no quedaran en el olvido. Porque aunque haya que vivir en el presente y mirar hacia el futuro, creo que  es importante recordar el pasado para entender y apreciar más  la vida.

No tocaron mis campanas en tu despedida, no hubo ni adioses ni llantos. Muchos ni se dieron cuenta de que ya no existías.

Amiga mía, desde las alturas te añoro y te recuerdo.  Aquí en mi soledad, hoy te quiero rendir homenaje con estas sentidas palabras, donde la imaginación juega con la memoria en una fantasía, que alguna vez, fue realidad... 

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