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domingo, 14 de junio de 2015

Los puestos de golosinas


Estampas en blanco y negro inundan mis recuerdos salpicados de los atractivos colores  de caramelos  y golosinas. 

Los domingos por la mañana y los días de fiesta,  los "puestos", acudían -curiosamente- todos desde el "Vallejuelo", hasta la plaza. Subían empujados ávidamente por sus dueñas "la tía Pacita", "la tía Juliana la de los dulces", "la tía Gregoria" y aunque menos asidua también "la tía Francisca la Cagueta" y se colocaban estratégicamente, cada uno, en su sitio de costumbre. Algunas veces también los podíamos encontrar en la "Plazuela del Marquesito".

El momento álgido era a la hora de la salida de misa de doce, donde todos los chiquillos acudíamos en tropel, con las pocas pesetas, a veces perragordas y perrachicas, o los reales de los que tenían un agujerito en medio, rodeando el puesto, que se convertía en el paraíso y la delicia de todos. 

Allí se disponían, con verdadera maestría, un surtido de todas las golosinas de la época: "regalís" del rojo y del negro, por una peseta te daban dos, también podías comprar uno por cincuenta céntimos. Gominolas, diez una peseta. "Chupachús" de fresa, limón o naranja. Piruletas, por supuesto a peseta. Caramelos de varios sabores. "Sacis" que sobre todo solían comprar los abuelos para la tos. "Pirulís" de caramelo, de los que gustaba chupar hasta dejarlo afilado como la punta de un lapicero. Los olorosos y sabrosos chicles "Bazoka", los "Cheiw junior", los "Niña" que incluían estampita,   los "Palotes", los anisitos, las cajitas de jalea. Bolsitas de "kikos", de palomitas, de pipas, aunque éstas también las vendían sueltas con sal y sin sal, por una peseta un cucurucho grande, por cincuenta céntimos uno más pequeño, la medida solía ser un vasito de los de "yogurt" de antes. 

Alrededor del puesto  también colgaban  algunos pequeños juguetes. Pelotas de plástico de distintos colores con una goma que se ponía en el dedo corazón para pode estirar y recoger con la mano. Pequeños tambores y trompetas, pistolas y escopetas de juguete, bolsitas de indios y vaqueros de plástico, pequeños bolsitos de colgar al hombro para las niñas, pulseras y collares de cuentas de colores, preciosos y brillantes molinillos de viento. "Yo-yos", globos, canicas, pistones...

Especial recuerdo el del "tío Jaro el Moco", al que siempre recuerdo junto a un puesto más pequeño, que subía todos los días, incluso los de lluvia, hasta la plaza,  desde su casa que estaba por el puente. Traqueteando porque cojeaba de una pierna, y aunque era conocido por este apelativo, que supongo no le gustaba mucho, su verdadero nombre, que seguro la mayoría  desconocen, era Alberto.
                                                          
Sé que existieron otros que también hicieron las delicias de niños anteriores a los de mi generación, como fueron los de la "tía Angelita", la "tía Jesusa" con su especialidad en pínsoles, cañamones y chufas y la "tía Hípolita" con sus llamativos y alegres colores y donde los niños  degustaban los primeros vasos de "gaseosa de sabores".

Gratas y entrañables imágenes nostálgicas de la infancia que se desempolvan  para brillar nítidas y resplandecientes  en el recuerdo,  donde la imaginación juega con la memoria en una fantasía, que alguna vez, fue realidad.




2 comentarios:

  1. Según iba leyendo, ya casi al final, estaba pensando, como es mas joven no a conocido a la tia Jesusa, a sus pínsoles y cañamones........ pero me equivocaba, tambien están en tu relato

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  2. En mi época era ir a sus casas, en casa del Jaro y en casa de la tía Gregoria, la tía Paz si ponía puesto y luego ya la tía Angelita y la tía María que al principio me acuerdo que también vendían churros y te los llevabas en un junco, buena época fue esa sin ninguna preocupación en la que pensar

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