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miércoles, 23 de septiembre de 2015

Huele a Fiestas



Aún el verano se resistía caluroso entre las calles empedradas y rincones de mi pueblo, cuando las mujeres afanosas y diligentes madrugaban, aprovechando el frescor que aún perduraba del relente de la noche, para acicalar las casas como si de novias se tratase, vistiéndolas  inmaculadas para lucir esplendorosas ante la llegada de la más esperada de las celebraciones LAS FIESTAS.

-Tened cuidado, no os acerquéis al "tinajón" que acabamos de echar la cal viva.

Mi abuela con un palo de madera removía los trozos mezclándolos con agua hasta que la cal se disolvía.

-Coged esos cubos de cinc y llenarlos.

Se utilizaban escobas de atar pequeñas, que mojadas en la cal servían como brochas.

-Sujetad bien la escalera que voy a subir.

Según se iba blanqueando, la fachada quedaba en un principio mojada, pero  al  secarse poco a poco adquiría un luminoso blanco que resplandecía aún más con los primeros rayos del sol.

Las mujeres con pañuelos en la cabeza no se libraban de las salpicaduras y las caras graciosamente presentaban lunaritos blancos por todas ellas.

-Toma moja la escoba y dámela otra vez.

Las que estaban abajo miraban que quedara perfecto.

-Da bien ahí que parece que te has dejado "una embuste".

-Mientras vas terminando voy a ir preparando para dar el zócalo.

Para diferenciarlo del resto de la fachada se mezclaba la cal con unos polvos de color.

-¿Está bien así o lo pongo un poco más oscuro?

Otras casas se remataban en la base de la fachada con una línea de nogalina que mañosamente se encargaban de que quedara bien delineada.

Las puertas y ventanas eran lo último que se pintaban para que todo quedara como nuevo.

-Id abriendo los botes de pintura y de barniz.

-Echa un poco más de aguarrás para que cunda.

Antes del medio día todo estaba terminado y recogido.

Después se regaría bien la calle y se barrería a conciencia, se adornaría la acera y las ventanas con  geranios cuyas macetas también antes se habían pintado de vistosos colores, algunos de ellos se colgarían también en la fachada.

Y así con todo dispuesto el aire se impregnaba de un olor diferente al resto del año. Según se caminaba por las calles se anunciaba algo muy especial.

A la caída de la tarde pandas de chiquillos pasaban por mi casa, ansiosos y entusiasmados, se dirigían en dirección a la plaza de toros.

 -Vamos corred que ya están poniendo los palos...

Los palos de los encierros servían de juegos imposibles. Algunos hacían en ellos columpios, otros imitaban los encierros de los mayores. Algunos conseguían cuernos que atados con destreza sobre un palo  simulaban al toro en sus juegos. No faltaba quien a lo largo de las Fiestas llevara un brazo en cabestrillo por tropezones o caídas inesperadas, y no precisamente por la cogida del toro imaginario.

En algunas calles ya se empezaban a colocar las primeras banderitas de colores, que impacientes coreaban con el moviendo del suave viento de primeros de Septiembre el sonido a Fiestas.

El culmen del gran acontecimiento sin duda llegaba cuando se ponían los arcos, con las inusuales bombillas de colores, en las calles que desembocaban en la plaza del pueblo. Entonces ya sólo quedaba la certeza de que las Fiestas ya estaban de nuevo aquí y el olor tan especial que nos había ido acompañando los días anteriores se transformaba en realidad.

Y todo acontecía como acontecen las cosas que tanto se desean. Como hoy de nuevo se repiten reflejadas en otras personas y en otra época, pero con la misma esencia y el mismo olor de entonces... donde la imaginación juega con la memoria en una fantasía, que alguna vez, fue realidad.




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