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jueves, 1 de octubre de 2015

Tiempo de vendimia



Iluminados por los cálidos rayos del sol del amanecer,  bañados todavía por las gotas del rocio, los racimos lucen dorados entre las pámpanas verdes de las vides, que alineadas sobre la tierra rojiza aguardan pacientemente.

A lo lejos un bullicio cada vez más cercano rompe la monotonía del silencio de la mañana. Un tractor con el remolque enganchado, lleno de gente, gira en un recodo del camino y dirige sus ruedas hacia un lugar bajo unos árboles. Allí se procede a descargar todos los aperos de trabajo.

Alguien ha prendido una gavilla de sarmientos, y la gente se arremolina en torno al fuego. El aire aún fresco se nota en la cara. Las manos se frotan una contra otra para entrar en calor.

Una voz da la orden y en parejas se comienza la tarea. El ánimo y optimismo se respira en los primeros momentos.  Inclinados sobre las cepas, la mirada busca los prietos racimos, que con la destreza de  un corte limpio pasan a engrosar poco a poco las pesadas espuertas.

El entusiasmo va creciendo al ver como el fruto que tanto tiempo ha madurado en la tierra va colmando el montón de uvas que ya se empieza a formar en el remolque.  

Las primeras horas transcurren entre comentarios y chascarrillos. Los riñones se resienten y el calor  empieza a apretar. Las manos pegajosas por el zumo de la uva buscan  las pequeñas carpas y  rozan con algunas de las hojas secas, produciendo un tacto entre áspero y pringoso.

Ya con el sol en  lo alto se para para comer. Se enciende un fuego con leña seca y se ponen tres piedras a modo de trébedes para poner el caldero. Se hace un guiso de carne con patatas, que sentados en el suelo todos devoran con gran apetito. Después un pequeño descanso que algunos aprovechan para echar una pequeña siestecilla o mirar tranquilamente tumbados el transcurrir de  las nubes entre las ramas de los árboles y observar curiosos el paso de las grullas en el cielo, con sus infinitas filas de puntos negros en forma de números unos,  dibujados en el firmamento.

La vuelta al trabajo se hace ahora  más dura y pesada.  Los liños más largos e interminables. Pero una vez se coge la postura, el cuerpo se acostumbra y las espuertas vuelven a llenarse una y otra vez.

El tractorista ya ha tenido que ir varias veces a descargar el remolque a la bodega,  mientras tanto se va depositando la uva en grandes seros de goma.

Por fin la viña se reduce a un pequeño triángulo con seis cepas, cuatro, dos, una. Por fin,  la faena está terminada.

Se recogen los utensilios y todos los aperos que se han usado. Cada uno como puede sube al remolque, unos apretujados en los duros  asientos del remolque,  la mayoría sobre la uva.

Y así con el traquetear del tractor por el camino empolvado, el sol lentamente va descendiendo. Unas nubes rosadas juegan en el horizonte, pincelando el pueblo a lo lejos.  El olor a mosto lo impregna todo. Mientras tanto unos van  descansando de la  jornada sabiendo que mañana espera otro largo día.  Otros tendrán que esperar aún el turno de descarga en la bodega. Las mujeres llegarán a casa y tras recoger todo y asearse,  prepararán la cena y la comida para el día siguiente, y algunos de los niños, que también han  contribuido en la vendimia, soñarán este día tan  especial en que han combinado el duro trabajo y  los furtivos juegos, y  que probablemente recordarán más de una vez a lo largo de su vida, en donde la imaginación juega con la memoria en una fantasía, que alguna vez, fue realidad.