Visitas

miércoles, 4 de noviembre de 2015

Días de juegos



Aún  no nos habíamos acostumbrado al cambio de estación, cuando los días más cortos se instalaban en nuestras vidas. Poco a poco nos habituábamos a las horas de escuela y las  compaginábamos con diversos juegos hasta  el anochecer. 

Cuando la semana era un dibujo en el suelo, donde con una pierna a pata coja y una patada a un tejo marcábamos el ritmo de nuestras habilidades y nuestros sueños. 

O cuando "jugar a la  goma"  suponía todo un reto de destreza, donde saltos hasta entonces imposibles, eran sinónimo de dominio y superación. 

La cuerda señalaba la resistencia de nuestras piernas, sin necesidad de tenerla que tensar, solo se necesitaba un buen "duble" para comprobar hasta donde éramos capaces de llegar.

Una pared servía para multitud de juegos. El escondite inglés, el "resquetao", la pelota...

Compases de canciones, pasadas de generación en generación, marcaban la mayoría de estos juegos. "Ese o, sopa de arroz, pimiento pimentón, que pica que rabia, que toca la guitarra, que viene Juan Simón, con ganas de juerga, nos quita la cuerda, nos pone en colección, colección, una, colección dos, colección tres...". "Al jardín se la alegría quiere mi madre que vaya a ver si me sale un novio lo más bonito de España, vamos los dos, los dos,  los dos, vamos los dos en compañía...". "Viva la media naranja, viva la naranja entera, vivan los guardia civiles que van por la carretera..."

En "los Santos" acudíamos al cementerio en pandillas, cuando las visitas a este lugar suponían una aventura, más que un lugar triste donde llorar y recordar seres queridos. Recorríamos todas las tumbas con cuidado de no caminar por encima, pues parecía  un sacrilegio si por descuido pisabas alguna. Sentías  como si hubieras pisado literalmente a la persona que allí se suponía que se encontraba enterrada. La curiosidad nos hacía llegar hasta aquellas más abandonadas y derruidas, donde algún que otro hueco dejaba entrever lo que imaginábamos un profundo orificio hacia el más allá.

La mezcla de aromas  de flores depositadas sobre las lápidas se mezclaban con los de pintura y aguarrás de las cruces de hierro recién pintadas. En un espacio reducido, los cipreses con sus copas al cielo, arropaban los sueños de los niños que dormían eternamente. Los colores morados de las flores cultivadas en "portadas" y huertas, predominaban junto a otros ramos más coloridos, la mayoría de flores de plástico.

Después por la noche nos reuníamos en casa de algún amigo a hacer chocolate para tomarlo con churros. Algunos contaban "cosas de miedo". Nuestros mayores recordaban cuando las campanas de la iglesia tocaban toda la noche a compás de "toque de muerto" y comparaban como habían cambiado los tiempos. Después  con el chocolate que había sobrado se salía a la calle a pintar con restregones las fachadas del pueblo o a untar las cerraduras de las puertas con engrudo hecho de harina y agua.

Entre juegos y diversiones los días transcurrían pacientes, calmados y sosegados. Tras la ventana de la nostalgia se dibujan iluminados y cálidos, en donde la imaginación juega con la memoria en una fantasía, que alguna vez, fue realidad.

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