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jueves, 3 de diciembre de 2015

Los cines de mi recuerdo


Cuando las tardes de domingo eran un helado al corte de tres sabores, una bolsa de patatas recién hechas de la "Tía María la del Lute", un paseo con las amigas hasta los "kilómetros", o cuando te tomabas una Mirinda de naranja o de limón en la plaza... la vida, a veces, se transformaba en escenas a todo color. 

En pantallas gigantes descubríamos otras realidades hasta entonces desconocidas o sólo imaginadas. Poco a poco se acomodaban  en nuestra mente aún infantil. Daban  paso a nuevas vidas de fantasía, nuevas historias, nuevos personajes, nuevas experiencias.

Lo primero era ir a comprobar si ya estaban puestas las carteleras. La de la plaza recogía fotogramas de la película que se proyectaba en el cine Marianto, el espectacular cine de La Maruja. La otra cartelera en la propia fachada del entrañable cine del Marquesito, con sus entradas de butaca o de gallinero, donde se acomodaba la mayoría de la chiquillería del pueblo, y que se caracterizaba por el jaleo y pataleo que se formaba, sobre todo con escenas que por algún u otro motivo causaban gran emoción o regocijo.

Tras los cristales enmarcados en maderas pintadas, contemplábamos las escenas que más tarde se verían en la pantalla. Tratábamos de averiguar si sería una historia de acción, de amor o de miedo. De pistoleros, de romanos o policiaca...

Cuántas veces nos hemos dejado llevar por esas imágenes para elegir una película que luego resultaba tener escenas que impactaban en nuestras retinas, produciendo más de una pesadilla.

Una vez elegida la película, nos disponíamos en fila para comprar las entradas. Tratábamos de elegir una fila no demasiado cercana a la pantalla ni demasiado lejos, ya que bien era sabido que las últimas filas se reservaban para las parejas de novios y eran conocidas como "las filas de los mancos"... Después el ritual de comprar las chucherías para consumir mientras la película, unas palomitas, una bolsita de kikos, unos regalices...

En una época de nuestra vida hubo un cine muy especial, el cine  de verano, donde el recuerdo de una noche viendo una película al aire libre provoca una agradable sensación jamás vivida. 
Se entraba por una gran puerta. Un camino de gravilla recién regado, rodeado de hiedra, plantas y grandes árboles, adornado con luces de distintos colores, conducía  hasta la barra de un bar regentado por  "El Nono", donde comprar un refresco o alguna golosina, y por donde se accedía a unas sillas plegables de madera donde se buscaba la fila que correspondía a tu asiento. Jesús "El Churrero" era el encargado de la proyección.

Todo se convertía en un mundo fantástico.  El frescor de la noche y el olor a la humedad de las plantas se hacía sentir en el ambiente. El sonido imponente de la banda sonora  rompía  el  pequeño susurro producido por el ruido al comer pipas o de algún que otro grillo cantarín, y nos introducía, como por arte de magia,  en un fantástico mundo que por un par de horas ocuparía parte de nuestra existencia.  

A veces ocurría que en la pared donde se proyectaba la película, una lagartija curiosa o una  salamanquesa despistada se deslizaba sigilosa por el rostro de un  actor o el escote de una actriz, produciendo un inesperado efecto especial con el consiguiente alborozo y  risas del público. 

Las voces de los actores se transformaban en un eco en el silencio nocturno. La sucesión de imágenes nos hacían viajar a otros lugares. El gran manto del cielo estrellado,  como un improvisado  espectador más, envolvía la noche en imágenes que aún parpadean en nuestros recuerdos, en donde la imaginación juega con la memoria en una fantasía, que alguna vez, fue realidad.

1 comentario:

  1. Como los otros escritos, tiene cierta plasticidad, te podias plantear realizar unos escritos mas largos, algún cuento corto, no sé........a lo mejor nos sigues sorprendiendo.

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