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viernes, 17 de julio de 2015

El vareo de la lana



Entra la cálida luz de principios de verano por la ventana de mi habitación. Los alegres trinos de los gorriones y las golondrinas que anidan en la iglesia, anuncian un nuevo día.

Hoy mi madre nos ha levantado antes que de costumbre. Llevo rato escuchando el temprano  trajinar de mi madre y mi abuela por la casa. Acabo de acordarme de que anoche nos dijo que hoy vendría la colchonera.

Ya ayer entre mi padre y mi madre bajaron a duras penas el colchón  por la escalera hasta el "portal". Mi abuela y mi madre  lo descosieron  y sacaron la lana apelmazada y aplastada. Primero lavaron bien  la tela del colchón  en el "tinajón" y después toda la lana. Luego lo dispusieron al sol para que se secara.

Mi madre me ha  dicho que vaya quitando la ropa de mi  cama que hoy toca bajar mi colchón.  Rápido me levanto  ya que la colchonera está a punto de llegar y no quiero perderme ningún detalle.

Una vez seca la lana de ayer,  la han colocado en un montón en el suelo sobre una manta previamente extendida. Mi madre y mi abuela sentadas en el suelo van "deshilajando" la lana.

La colchonera ha llegado a la hora prevista, con su pañuelo en la cabeza atado por detrás, su mandil y sus varas de membrillo para varear la lana.

Ágil y enérgicamente empieza a atizar la lana con  la vara en una mano, con la otra va quitando los trozos que quedan enganchados en la vara.

El sabio manejo de la vara produce un melodioso zumbido, que se  desliza hábilmente desde lo alto hasta golpear los mechones de la lana esparcida en el suelo. Acompasadamente, se va transformando en un sonido armonioso y rítmico, al mismo tiempo que la lana se va deslizando suavemente adquiriendo un aspecto esponjoso y mullido.

Mi madre ha preparado comida para todos. La colchonera y su hija, que acaba de llegar de la escuela, también comen con nosotros.

Después la colchonera ha seguido con su trabajo. Una vez vareada toda la lana la ha metido de nuevo en la tela del colchón. Sentada en el suelo lo ha cosido con una gran aguja curva y  le ha ido ensartando cintas a través  de  varios "ojetes" para que la lana quede bien sujeta y no se desplace de un lado a otro al mover el colchón.

Así va terminando uno tras otro todos los colchones. El resultado ha sido magnífico, todos han quedado perfectamente mullidos.

Una vez colocado el renovado colchón en mi cama me dispongo a descansar de esta nueva jornada donde he descubierto un laborioso y esforzado  trabajo, practicado por el buen hacer y el dedicado saber de la colchonera.

El cansancio reclama lentamente la somnolencia  que poco a poco se va instalando en una acolchada nube,  donde los sueños acuden suaves y fluidos, en un lugar donde la imaginación juega con la memoria en una fantasía, que alguna vez, fue realidad.







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