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domingo, 31 de enero de 2016

Aquellas colecciones

El tedio se amontonaba pesadamente aquella mañana en forma de aburridos textos tras horas en la escuela. Unos golpecitos en la puerta vinieron a transformar, como por arte de magia,  la agotadora mañana.

-Adelante. Dijo el profesor.

Un señor vestido de traje, con un abultado maletín entró en la clase. Todos los chiquillos dirigieron sus curiosas miradas hacia él. 

Tras saludar al maestro, ocupó el lugar de éste en la mesa. Los bostezos por un momento volvieron a hacer acto de presencia pensando en el rollo que este otro señor vendría a soltar.

Sin embargo el interés  de todos se centró en el maletín que cariñosamente depositó encima de la mesa. Se tomó su tiempo, abrió despacio una cremallera y mostró un gran álbum entre sus manos, levantándolo en alto para que todos lo vieran. Al instante llamó la curiosidad de todos. Cientos de imágenes se expandían por las páginas. Trataba sobre el espacio, fotografías de planetas, satélites, constelaciones y el gran primer viaje del hombre a la luna. 

Habló de lo magnífico de la colección y de lo divertido de terminar el álbum pegando en cada espacio el cromo  que correspondía. Sacó unos sobres con estampas y los repartió entre toda la clase para animarnos a comenzar esta aventura. 

Todos los chiquillos impacientes abrieron los sobres para comprobar qué les había tocado. Algunas estampas  estaban repetidas y algunos ya empezaban a cambiarlas con los compañeros.

El profesor tuvo que poner orden ante el escándalo que se formó. El señor que nos acababa de visitar llamó la atención volviendo a levantar un álbum nuevo, a estrenar, entre sus manos, diciendo:

-Voy a sortear este álbum entre todos. Escribiré un número y el que lo adivine se lo lleva.

A partir de aquel día nuestra única misión  era completar el álbum cuanto antes. A todos los que el álbum no les había tocado lo adquirieron junto con los sobres de estampas en la tienda de la plaza del pueblo que era donde se vendían. 

Los chiquillos se hacían listas con todos los números de los cromos que aún les quedaban por conseguir, cambiaban con los compañeros los repetidos y adquirían sobres, y más sobres, hasta dar con aquel que tanto costaba en salir. Siempre había unas estampas que se resistían a aparecer. Al final muchos álbumes quedaban a falta de dos o tres para ser completados.

Después vendrían otros álbumes, de flores, de minerales y otros muchos que hicieron las delicias de tantos y tantos niños.

La ilusión de comprar los sobres, abrirlos con nerviosismo y entusiasmo, el intercambio con los compañeros, el pegar con engrudo las estampas en el álbum, es algo que aún permanece en el  recuerdo, allí donde donde la imaginación juega con la memoria en una fantasía, que alguna vez, fue realidad.






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